AUTOR: HANS CHRISTIAN ANDERSEN
EL NACIMIENTO DE PATITO FEO
Era verano, y todo estaba florecido y lleno de color verde. El trigo estaba dorado ya, la avena verde todavía. El heno había sido amontonado sobre las fértiles praderas, por las que caminaban las cigüeñas con sus patas rojas y largas, parloteando y cantando. En torno del campo y las praderas se veían grandes bosques y allí entre las hojas, tan retirada y escondida como en lo profundo de una selva, estaba una pata empollando sus huevos. Los patitos tenían que nacer dentro de muy poco tiempo, pero la madre se sentía muy cansada, pues ya llevaba demasiados días en esa tarea. Para empeorar las cosas, no recibía muchas visitas, ya que los otros patos preferían estar nadando en el estanque, que ir moviendo la cola hacia el nido de la mamá pata para hablar con ella. Pasados unos días, los huevos empezaron a crujir suavemente uno tras otro. “Chuí, chuí” dijeron. Y las crías empezaron a asomar sus cabecitas por fuera de los cascarones. Cuac, cuac dijo la pata, y al oírla los patitos respondieron a coro con sus más fuertes voces y miraron a su alrededor por entre las hojas verdes. Su madre los dejaba explorar, ya que eso les daría más confianza. ¡Qué grande es el mundo! dijeron todos los pequeños. Ciertamente ahora tenían más espacio para moverse que en el interior de sus cascarones. ¿Se imaginan ustedes que esto es todo el mundo? dijo la madre. Pues el mundo se extiende hasta bastante más allá del jardín, por el campo del párroco, aunque en verdad yo nunca me he aventurado tan lejos. Pero, a propósito, ¿están ya todos ustedes? La pata se levantó y miró alrededor. No, por cierto, que no están todos aún. Queda por abrir todavía el huevo más grande. ¿Cuánto tiempo tardará? -se preguntó, volviéndose a echar en el nido. ¡Hola! ¿Cómo va eso? interrogó en ese instante una vieja pata que había llegado de visita. Hay un huevo que está tardando mucho tiempo respondió la pata que empollaba. Esa cáscara no se quiere romper. Pero, ¡mira los otros! Son los más preciosos patitos que he visto en mi vida. Tienen toda la mismísima cara de su padre, el gran pillo que ni siquiera se da una vuelta por aquí a verme. Déjame ver ese huevo que tarda en romperse dijo la pata vieja. Puedes estar segura que no es un huevo de nuestra especie, sino de pava. A mí me engañaron así una vez, y no puedo decirte el trabajo y la preocupación que me dieron aquellos chicos, porque te diré que le tienen miedo del agua. Nunca conseguí hacerlos meter en ella. Sí, es un huevo de pava. Déjalo donde está, y dedícate a enseñar a nadar a esas criaturas. No; me quedaré echada otro poco. He esperado tanto que ya no me costaría nada quedarme hasta la feria del verano. Pues, como quieras respondió la pata vieja, y se alejó. Por último, el huevo que tardaba en abrirse empezó a crujir. Chip, chip dijo el recién nacido, y salió del cascarón tambaleándose. ¡Qué grandote y qué feo era! La pata lo miró con disgusto. Para pato es de un tamaño monstruoso dijo. ¿Será acaso un pichón de pavo? Bueno, no demoraremos mucho en saberlo. Al agua irá, aunque tenga yo misma que arrojarlo de un puntapié para que aprenda a nadar. El día siguiente amaneció espléndido; mamá pata se fue a la orilla, y se zampó en el agua. “¡Cuac, cuac!” chilló, y uno tras otro los patitos se zambulleron detrás de ella. El agua los cubrió hasta la cabeza, pero ellos volvieron a salir a flote y se sostuvieron perfectamente. Las patas se les movieron solas... y ya estaba. Hasta aquel grandote, gris y feo nadó también con ellos. “No; no es un pavo” reflexionó la pata. Hay que ver qué bien se maneja con las patas y que tan derecho se sostiene. Es mi propio pollo, después de todo, y no tan mal parecido si se lo mira bien. ¡Cuac, cuac! Vengan conmigo ahora y los sacaré al mundo y los introduciré en el corral. Pero quédense bien cerca de mí, no sea que alguien vaya a pisarlos. ¡Y tengan cuidado con el gato!
LOS PATITOS CONOCEN A LOS DEMÁS ANIMALES
Se fueron todos al corral, donde encontraron un espantoso alboroto provocado por dos pollos que estaban peleando por la cabeza de un pescado. Al final la discusión no se resolvió y el gato se llevó la cabeza del pescado para comérsela. Así ocurren las cosas en el mundo comentó la madre pata. Y se lamió el pico, pues ella también deseaba aquella cabeza de pescado. Ahora aprendan a usar las patas dijo luego y saluden con la cabeza a ese pato viejo que está allí. Es el más importante de todos nosotros. Tiene sangre española en las venas, y esa es la explicación de su tamaño. ¿Ven ese trapo rojo que tiene en la pata? Eso es algo extraordinario, la más grande distinción que pueda alcanzar un pato. ¡Vamos ahora! ¡Cuac, cuac! ¡No pongan los dedos para adentro! Un pato bien educado tiene siempre las patas bien abiertas; así, eso es. Ahora inclinen la cabeza y digan: “¡Cuac!” Los patitos hacían todo lo que les pedía la mamá pata; pero los otros patos del corral los miraban diciendo en voz alta: ¡Vean eso! Ahora tendremos que aguantar también a toda esa tribu, como si no nos bastáramos nosotros. Además..., ¡oh, querida, mira qué feo ese patito! Y un pato corrió hacia el patito feo y le dio un picotazo en el cuello. ¡Déjalo! suplicó la madre.No hace daño a nadie. Puede que no replicó el que había atizado el picotazo. Pero es tan feo y raro que dan ganas de molestarlo. Todos esos otros patitos son muy hermosos dijo el pato viejo, el que tenía el trapo atado a la pata . Muy bonitos todos, excepto ése, que resultó un ejemplar bastante desdichado. Es una lástima que no se lo pueda empollar de nuevo. Eso es imposible, señoría respondió mamá pata. Ya sé que no es lindo, pero se porta bien y nada con tanta destreza como los otros. Hasta podría decir que mejorará con la edad, o quizá también disminuya de tamaño a tiempo. Estuvo mucho tiempo dentro del huevo, y por eso no salió con muy buen estado. Tocó al patito en el pescuezo y agregó: Además, es un varoncito, de modo que su belleza física no importa mucho. Creo que será muy fuerte, y que sabrá abrirse camino en el mundo. Los demás patitos son muy lindos dijo el pato viejo. Ahora pónganse cómodos; están en su casa. Y si encuentran otra cabeza de pescado pueden traérmela. Y se sintieron todos cómodos, y en su casa, menos el pobre patito que había sido el último en salir del huevo, y que era tan feo. A éste lo picotearon y empujaron, y se burlaron de él patos y gallinas. ¡Qué grandote es! -comentaban todos. El pobre patito estaba tan confundido que no sabía hacia qué lado poner la mirada. Le daba mucha pena ser tan feo, despreciado por todos los animales del corral. Así transcurrió el primer día; luego las cosas fueron poniéndose cada vez peor. Al pobre patito no había quién no lo corriera o le diera empujones. Hasta sus hermanos y hermanas lo miraban mal, y decían a cada momento: ¡Ojalá te agarrara el gato, antipático! Hasta su madre dijo: Quisiera que estuvieras a muchos kilómetros de distancia. Los patos y las gallinas lo picoteaban, y la muchacha que les traía la comida lo hacía a un lado de un puntapié. Hasta que por fin el patito dio una corrida y un salto por encima del cerco, haciendo volar asustados a los pajaritos. “Todo es porque soy tan feo” pensaba el pobre patito cerrando los ojos, pero sin dejar de correr.
EL PATITO FEO ES INVITADO A VIVIR CON LOS GANZOS SILVESTRES
Así llegó a un pantano en cuyos bordes y aguas vivían patos silvestres; estaba tan cansado y tan apenado que se quedó allí a pasar la noche. Por la mañana los patos silvestres se acercaron volando para ver al nuevo recién llegado. ¿Qué clase de animal eres? Preguntaron, mientras el patito se volvía a un lado y otro y saludaba lo mejor que podía- ¿De dónde has salido, tan feo? Aunque eso en realidad no importa, mientras no pretendas buscar novia en nuestras familias. El pobrecito no había pensado siquiera en buscar novia. Todo lo que pretendía era permiso para echarse entre los juncos y beber un poco de agua del pantano. Dos días enteros permaneció allí. Luego vinieron dos gansos silvestres. Como no hacía mucho que habían salido del cascarón eran muy engreídos. Bueno, patito -dijeron-, eres tan feo que te hemos tomado simpatía. ¿Quieres reunirte con nosotros y ser un ave de paso? Hay por aquí cerca otro pantano, y en él algunas gansas silvestres que son muy amables y encantadoras. Eres bastante feo para probar suerte entre ellas. En ese preciso momento: “¡Bang! ¡Bang!” resonaron dos sonidos en el aire, y los dos gansos silvestres cayeron entre los juncos, tiñendo de rojo el agua con su sangre. “¡Bang! ¡Bang!”, siguieron rugiendo las escopetas, y un revuelo de gansos silvestres se levantó por sobre las cañas, mientras los perdigones diseminaban la muerte entre ellos. Se trataba de una partida de caza, y todo el pantano estaba rodeado de cazadores, la mayoría ocultos entre los arbustos; algunos sentados en las ramas de los árboles que se extendían por sobre el agua. El humo de la pólvora flotaba en el aire como nubes. Los perros de caza saltaban de un lado a otro, chapoteando en el agua y agitando los arbustos de un lado a otro. Todo aquello era terriblemente alarmante para el pobre patito. Volvió la cabeza para meterla bajo el ala, y en ese momento un enorme y espantoso perro se apareció muy cerca de él, con la lengua fuera y los ojos grandes. El perro abrió sus terribles fauces ante la cara del patito; mostró sus puntiagudos colmillos... y se alejó de un salto, salpicando el agua, sin tocarlo siquiera. “¡Oh, gracias a Dios! -suspiró el patito-. ¡Soy tan feo que ni siquiera al perro le dan ganas de morderme!” Se quedó allí, enteramente inmóvil, mientras los proyectiles silbaban por todas partes y las detonaciones sacudían el ambiente. La conmoción sólo cesó ya muy entrado el día, pero ni aun así se atrevió el pobre patito a levantarse. Esperó aún varias horas antes de alzar la cabeza y mirar, y entonces huyó del pantano tan rápido como pudo. Corrió a través de campos y praderas, aunque hacía tanto viento que le costaba trabajo poder caminar. Hacia el anochecer llegó a una casita, tan miserable que parecía estar en pie de milagro. El viento soplaba con tal fuerza junto al patito que éste se vio obligado a sentarse a descansar un momento. Entonces vio que la puerta tenía un pasador rojo y se sostenía tan desmañadamente que por la rendija se podía entrar en la casa. El pato se metió dentro.
EL PATITO FEO SE VA A VIVIR A LA CASA DE LA ANCIANA
En la casita vivía una anciana con un gato y una, gallina. El gato, que se llamaba “Nene” se estiraba cuando veía a alguien nuevo llegar. También sabía ronronear y lanzar chispas eléctricas cuando se le frotaba la piel con la alfombra. La gallina era de patas cortas, y por eso le decían “Tachuela”. Ponía huevos de excelente calidad, y la anciana la quería tanto como si hubiera sido su propia hija. Por la mañana, los dos animales no tardaron en descubrir la presencia del extraño pato. El gato empezó a ronronear y la gallina lo acompañó con su cacaraqueo. ¿Qué diablos pasa? -dijo la mujer, mirando a su alrededor, pero su vista no era muy buena y lo que pensó fue que el patito era un pato gordo extraviado. ¡Qué maravilla! -exclamó-. Ahora tendremos huevos de pata... si es que no se trata de un pato. Habrá que esperar a ver lo que resulta. De modo que tomó al patito a prueba por tres semanas, al final de las cuales no había podido encontrar ningún huevo. El gato y la gallina eran algo así como dueños de aquella casa. Siempre decían: "Nosotros y el mundo” pues creían que ellos eran los más importantes en el mundo. El patito pensaba que podían existir dos opiniones al respecto, pero el gato ni siquiera quería escucharlo. ¿Sabes poner huevos? -preguntó una vez "Nene" No. En ese caso ten la bondad de hacer silencio. -Luego de una pausa insistió-. ¿Sabes estirarte, ronronear o sacar chispas eléctricas con la alfombra? No . Pues entonces guárdate tus opiniones cuando la gente esté hablando en la casa. El patito se sentó en un rincón, de muy mal humor, empezó a pensar en el aire libre y el sol, y lo invadieron las ganas de flotar en el agua. Por último, cayó en la tentación de hablar del tema a la gallina. ¿Qué bicho te ha picado? -le preguntó “Tachuela”- . Es el ocio, al no tener nada que hacer, lo que te mete en la cabeza esas locuras de querer nadar en el agua. Pon media docena de huevos, o aprende a ronronear, y verás cómo se te pasa el antojo. ¡Pero es tan increíble flotar en el agua! ¡Tan lindo sentirla correr por la cabeza cuando uno se zambulle hasta el fondo! ¡Vaya locuras! -dijo la gallina-. Me parece que te has vuelto loco. Pregunta, si no, al gato qué opina; es el animal más inteligente que conozco. Pregúntale si le gusta flotar en el agua o saltar. Por mi parte no te digo nada. Pregúntale también a nuestra patrona, la vieja. No hay nadie en el mundo más lista que ella. ¿Y crees que tiene algún deseo de meterse en el agua? Ustedes no me entienden -dijo el patito. Bueno, si no te comprendemos nosotros, ¿quién va a comprenderte? No creo que te consideres más inteligente que el gato o la vieja, por no decir que yo. No te comportes como un tonto, hijo, y agradece a tu buena suerte el bien que te hemos hecho. ¿Acaso no has vivido en este cuarto caliente, y en compañía de seres de los cuales podías haber aprendido algo? Limítate a poner huevos, o aprende a ronronear, o a sacar chispas. Lo que me parece mejor es marcharme de acá y recorrer otra vez el mundo - respondió el patito. Pues hazlo; será lo mejor -fue la respuesta de la gallina. Y el patito se fue.
EL PATITO SE VA A RECORRER EL MUNDO Y LLEGA EL INVIERNO
Anduvo flotando en el agua y zambulléndose, pero siempre mirado a los demás animales, debido a su fealdad. Así hasta que llegó el otoño, y las hojas del bosque se pusieron cafés y amarillas. El viento se las llevó, y el cielo se puso frío, cubierto de nubes cargadas de nieve y granizo. Un cuervo fue a posarse sobre una cerca y graznó, del frío que tenía. Sólo pensarlo hacía temblar. El pobre patito estaba ciertamente en un gran apuro porque no estaba preparado para el invierno. Una tarde, cuando el sol estaba ocultándose, una bandada de hermosas aves blancas apareció. Nunca había visto el patito nada tan hermoso. Eran de una deslumbrante blancura, con largos y sinuosos cuellos. Se trataba de cisnes, que lanzando su grito peculiar extendían las alas y volaban alejándose de las regiones frías hacia tierras más cálidas. Volaron muy alto, muy alto, y el pobre patito feo se quedó extrañamente intranquilo. Dio vueltas y vueltas en el agua, como una rueda, levantando la cabeza hacia la dirección por donde se alejaban aquellas aves. Luego lanzó él mismo un grito tan penetrante y extraño que lo asustó. ¡Oh, no podía olvidar aquellas hermosas aves, felices aves! En cuanto estuvieron fuera de su vista, el patito se zambulló hasta el fondo y cuando salió de nuevo a la superficie estaba completamente fuera de sí. No sabía qué clase de pájaros eran aquéllos, ni hacia dónde volaban, pero se sentía más atraído hacia ellos que lo que nunca lo había sido por ser alguno. Y no era que los envidiara en lo más mínimo, ¿cómo podía ocurrírsele envidiar aquella maravilla de belleza? Se habría sentido agradecido con sólo que los patos lo hubiesen aceptado entre ellos. El frío invernal era tan intenso que el patito se veía obligado a nadar en círculo en el agua sólo para librarse de quedar helado, pero noche tras noche el agujero del hielo por el cual se zambullía se iba haciendo más y más pequeño, hasta que se heló con tanta fuerza que la superficie se resquebrajó y el patito se vio obligado a mover las patas sin cesar para que el agua no se congelara a su alrededor, aprisionándolo. Por último, ya tan cansado que no podía moverse, cedió y se quedó rápidamente atrapado en el hielo.
EL PATITO ES RESCATADO DEL HIELO POR UN CAMPESINO
Aquella mañana a primera hora del día pasaba por allí un campesino, que al ver al patito se acercó, abrió un boquete en la superficie del hielo con su zapato y se llevó al pequeño rescatado. La esposa del campesino se hizo cargo del patito, y no tardó en revivirlo con sus cuidados.
En la casa, los niños quisieron servirse de él para sus juegos, pero el patito, recelando de que lo maltrataran, huyó espantado y fue a caer en la cazuela de la leche haciendo salpicar el líquido por todo el cuarto.
La mujer soltó un grito de felicidad y extendió los brazos; el patito dio un segundo salto y esta vez fue a parar dentro de un balde de aceite. Salió enseguida, pero es de imaginarse cuál sería su aspecto. La dueña de casa volvió a gritar.
Los hijos de la señora salieron corriendo unos sobre otros tratando de capturarlo, dando todos verdaderos gritos de risa. Por suerte la puerta estaba abierta, y el patito huyó por entre los matorrales y la nieve recién caída. Y allí quedó, completamente cansado, luego de la persecución.
Así transcurrió el largo y frio invierno. Cuando el sol empezó a calentar de nuevo la tierra, el patito yacía en el pantano, entre los arbustos. Las tórtolas cantaban; acababade llegar la hermosa primavera.
De pronto el patito alzó las alas, y éstas se agitaron con mucha más fuerza que antes, haciéndolo levantarse y volar hacia el cielo. Antes que se diera cuenta de dónde estaba se encontró en un jardín, rodeado de flores, por lo cual respiró un aire perfumado por las lilas que crecían en las orillas del lago.
Y vio también tres hermosos cisnes que se acercaban a él saliendo de entre las plantas. Nadaban suave y ágilmente, con un tenue rumor de plumas. El patito reconoció a las majestuosas aves y no pudo evitar que lo sobrecogiera una extraña melancolía.
“Volaré hacia ellos -se dijo-. Me acercaré a los cisnes, aunque me picoteen porque soy tan feo. ¡No importa! Mejor ser destrozado por ellos que por los patos o las gallinas, o por los fríos y las dificultades del invierno.
Se lanzó, pues, al agua, y nadó en dirección de las señoriales aves. Estas lo vieron y se precipitaron hacia él con las plumas encrespadas.
“¡Mátenme si quieren!” -exclamó el pobrecito, e inclinó la cabeza hacia el agua, previendo y temiendo la muerte.
Pero, ¿qué fue lo que vio en la transparente superficie?
Vio su propia imagen, pero ésta no era ya la de un pajarraco gris, sino la de un cisne. ¡Era un cisne! ¡Nada importaba haber nacido en un corral, si uno procedía de un huevo de cisne!
Hasta se alegró de haber pasado por tantas penurias y tribulaciones, que lo capacitaban mejor para apreciar ahora su actual felicidad, su nueva situación entre toda aquella belleza que acudía a recibirlo. Los grandes Cisnes estaban nadando alrededor de él, rozándolo al pasar con el pico.
Unos niños llegaron al jardín con pedazos de pan y granos que arrojaron al agua, y el más pequeño exclamó:
¡Hay uno nuevo!
¡Sí, ha llegado otro! -aprobaron los demás, aplaudiendo y saltando.
Luego corrieron hacia su padre y su madre, arrojaron más pan al agua, y uno de ellos añadió, coreado por todos:
¡Ese nuevo es el más bonito de todos! ¡Es tan joven! ¡Tan elegante!
El patito se sintió cohibido y escondió la cabeza bajo las alas. No sabía qué pensar. Era muy feliz, pero sin orgullo, pues su buen corazón nunca se dejaba llevar por ese sentimiento. Recordó cuántas veces había sido corrido y despreciado, sin soñar que un día iba a oír decir que era el más hermoso de los pájaros. Las lilas inclinaron sus ramas hacia el agua en su presencia; y el sol se puso más cálido y acogedor que nunca. Y él agitó las alas, alzó su esbelto cuello y dijo lleno de júbilo:
“Nunca imaginé semejante felicidad cuando yo era el Patito Feo”.
FIN.